Les traigo hoy un cuento de uno de mis escritores argentinos favoritos, José Playo. Un animal, lean y verán.
Les traigo hoy un cuento de uno de mis escritores argentinos favoritos, José Playo. Un animal, lean y verán.
El pasado viernes, como pueden comprobar, no se publicó ningún relato. Perdonen.
Un servidor estaba en la tazita de plata imbuyéndose del espíritu del Carnaval, con la idea de presentar un cuarteto al Concurso Oficial de Agrupaciones de Carnaval de la muy apiñada y muy habanera ciudad de Cádiz.
¿Por qué un cuarteto? Primero y fundamentalmente porque tengo el mismo oído musical que Goya y Beethoven (el perro) cantando por peteneras. Y segundo porque, si obviamos el pequeño detalle de que está en Cádiz, el Falla es uno de los grandes templos del humor del mundo. Tanto así que cualquier escritor humorístico que se precie debería peregrinar a él, al menos, una vez en su vida.
Yo no es que me reivindique como humorista, claro. Pero entre Aristófanes y Sófocles opto sin dudarlo por el primero y eso marca con indeleble el adn de cualquier que, siquiera como afición, se ponga a escribir.
A partir de hoy recuperamos la normalidad y les mantendremos informados de los avances en el mundo carnavalesco.
Afectuosamente,
El Redactor Jefe
“Aunque tubiera diez lenguas, diez bocas,
voz infatigable y corazón de bronce”
Homero, Iliada: Canto II
Cuando llegué a Sevilla, una niebla espesa había tomado la ciudad. No se veían las aceras, ni los escaparates; ni los bancos comerciales, ni las farolas, ni el Giraldillo. No se veían las macetas que colgaban de los balcones, no se veía el Puente de Triana ni el itinerario ligeramente desgatado que hacen las hermandades en la Madrugá; no se veía ni la calle Feria, ni los ferreteros, ni el lugar exacto donde Belmonte, muy de niño, supo que había muerto Espartero.
Tampoco podía verse el comienzo de la Carretera de Carmona, ni el espacio en que un día estubo preso Cervantes; ni ya allí, se veía, al fondo, el escudo verde y blanco. No se veían las palomas, ni las gaviotas, ni las golondrinas (aunque esto era normal porque no era temporada). No se intuía ni la Virgen de los Reyes y los orantes lloraban ciegos al Gran Poder. No se veían los raíles cerca de los Bermejales, ni el albero, ni a los turista echando fotos junto a la Torre del Oro. No se veía ni un trozo, ni un ápice, ni un fragmento, ni un adoquín siquiera del barrio de Triana, ni de la Macarena ni de las antiguas dehesas de la Tablada. No se veía San Fernando, ni a los niños corriendo alrededor de los cipreses y, como de costumbre, no se veían los poblados.
No se veían las pilastras, ni las tiendas, ni las bibliotecas. Ni portales, ni ultramarinos, ni vendedores de rosas ambulantes. No se veía el Ayuntamiento, ni el puente del V centenario. Ni se veía ningún Starbucks, ni tan siquiera podía intuírse la Fábrica de Tabacos. Y hasta en Plaza de Armas andaban desorientados los conductores y los transeúntes y los alabarderos; no se veían los alcázares, ni el Arenal. No se veía el río (por más que algunos dijeran que se podía adivinar como una serpiente ancha, calma y plateada allá abajo). Tampoco se veía la estación azul cerca de San Telmo, ni el Mercado de la Carne, ni la Facultad de Psicología; ni Kansas, ni el Parque de Maria Luisa. No se veían los coches, ni los caballos, ni los chavales gritando en las atracciones de Isla Mágica.
Estaban escondidas las piedras de Itálica y los trenes de Sta. Justa. No se veían los neones color rosa, ni la propaganda electoral. No se veía a la gente en las terrazas, ni a los ciclistas que viajaban en bici municipal; ni a las estudiantes de enfermería que cantaban borrachas en la calle Betis. No se veía San Eloy, ni la Maestranza, ni los jubilados en las obras de la Junta. Tampoco se veían los restos de las exposiciones mundiales. No, no se veían los McDonald’s, ni los kioskos de la ONCE, ni las 3000, ni las 3500. No se veía la Alameda, ni el Omnium Sanctorum, ni su pendón verde.
No se veían los estadios, ni el color, ni el espacio indeterminado que ocuparía el Real de la Feria. No. Tan sólo se la veía a ella.
Como decía Julius Wiedemann, director editorial del área digital de Taschen, en El País “nosotros no competimos con otras editoriales de arte sino con empresas como Starbucks, Zara, Apple, Air France o Audi. Todos queremos lo mismo: el tiempo de la gente”.
Por eso, en ‘El Coherente’ hemos creado ‘La Critipedia‘: porque queremos y aspiramos a que la decisión sobre cómo usar nuestro tiempo sea una decisión informada. En ‘La Critipedia‘ reuniremos las críticas, comentarios y reseñas de libros (y más adelante, de películas, series, música, etc…) que se encuentran dispersos por la red. Cuando haya muchos enlaces en algún libro y sea difícil leerlos todos, nuestra redacción seleccionará los mejores según su siempre dudoso criterio.
Como tengo complejo de Hernán Casciari (y no sólo por el tamaño corporal) hoy, además del cuento de rigor (que publicaré esta noche para crear expectación), les voy a contar alguna de las novedades que prometía la semana pasada.
‘El Coherente’ (que ya aviso que no se va a llamar así) va camino de convertirse en un blog que comente, avance e ironice con las noticias socio-culturales más importantes del día. Trataremos también de publicar anécdotas, rumores y vídeos relacionados con esa cosa verde y con pelos que es la realidad.
Más cosas:
“The end of history will be a very sad time.”
Francis Fukuyama
– La distinción entre consumo y autorrealización ya está en Marx, incluso supongo que antes. Podría decirse, que todo el marxismo, todo entero, es un monumento al concepto de la autorrealización individual.
– ¿?
– La verdad es que en eso creo que el alemán hijo de puta acertó, aunque se equivocara en toda su teoría del valor y con su iluminada teleología la pifiara: si leemos a Marx con algo de seso y atención se entiende que él pensaba que el mismo concepto de alienación descansa sobre la idea de que el hombre (o de la mujer, seamos políticamente correctos) tiene como fin moral la autorrealización: encontrar las cosas en las que somos buenos, las cosas que nos atraen y dedicarnos a ellas. Y luego le salieron bastardos igualitaristas…En el fondo (seamos sinceros: muy en el fondo), Marx es un liberal que es consciente de que la libertad sólo es posible en una sociedad y con una estructura productiva que tiendan a la abundancia…
– A Jauja.
– Sí, más o menos.
– Vale, pero… ¿Qué coño tiene que ver Marx con que me estés poniendo los cuernos con esa niñata
Este último viernes de Agosto, recuperamos la vieja tradición de los relatos de los viernes (y algunas sorpresas más) en un nuevo blog: ‘El Coherente’.
Espero que lo disfruten.
El redactor,